El Rincón del Umbral
Nadie recordaba exactamente cuándo abrió el restaurante. Simplemente estaba ahí, entre callejones húmedos y faroles que titilaban como si estuvieran al borde del apagón. No tenía anuncios ni redes sociales, pero el boca a boca era suficiente: su hamburguesa era otra cosa.
No “la mejor”. No “la más jugosa”.
Era… indescriptible.
Algunos decían que al probarla, sentías un instante de paz absoluta, como si todas las voces en tu cabeza se callaran de golpe. Otros aseguraban que, por un segundo, veían el universo plegarse en su plato. Todos coincidían en lo mismo: una vez que la probabas, querías volver.
El Primer Mordisco
María no era especial. No era curiosa, ni aventurera, ni el tipo de persona que se mete en problemas. Pero aquella noche, después de semanas sin dormir, el restaurante parecía mirarla de vuelta.
Entró. El aire olía a grasa vieja y especias que no podía identificar. Las luces, demasiado cálidas, teñían la piel de los clientes con un tono anaranjado enfermizo.
El dueño—o al menos el hombre tras la parrilla—tenía un delantal limpio, un gesto amable y unos ojos que brillaban demasiado bajo la luz tenue.
—Primera vez, ¿verdad? —dijo, sonriendo con dientes demasiado rectos.
María solo asintió.
Cuando la hamburguesa llegó, sintió un escalofrío. La carne tenía un color incorrecto. No cruda, no cocida, sino algo más, como un músculo que aún recordaba cómo moverse.
Apretó los dientes y mordió.
El sabor la golpeó en oleadas. Al principio, nada. Luego, un torrente de sensaciones:
📍 Un eco en su cabeza, como si alguien le hablara desde muy lejos.
📍 Un vértigo extraño, como si su estómago flotara fuera de su cuerpo.
📍 Una certeza irracional de que algo la había probado a ella también.
Parpadeó. Se sintió ligera, como si su cuerpo se hubiera despegado del suelo por un segundo. El dueño la observaba, divertido.
—Siempre es raro la primera vez —dijo, limpiando la parrilla—. Pero no te preocupes. Pronto lo entenderás.
La Necesidad
Esa noche soñó con ojos en la oscuridad. No la miraban con hostilidad, sino con… familiaridad. Como si la conocieran. Como si la estuvieran esperando.
El sonido comenzó poco después. Un zumbido en la base del cráneo, similar a un enjambre de abejas, pero húmedo, viscoso. Era soportable al principio, apenas un susurro. Pero conforme pasaban las horas, crecía.
🛑 Tomó agua. Nada.
🛑 Se cubrió los oídos. Nada.
🛑 Trató de pensar en otra cosa. Nada.
El único momento en que el sonido se desvaneció fue cuando, dos días después, volvió al restaurante.
Se sentó, temblando, y el dueño ya le tenía preparada una hamburguesa. Más grande. Más roja. Más viva.
No preguntó. No dudó. Comió.
Y por primera vez en días, el mundo fue silencio absoluto.
La Voracidad
Al principio, creyó que era un sueño.
Luego entendió que ya no había vuelta atrás.
María perdió el control antes de darse cuenta …
La noche en que dejó de ser ella, despertó en una mesa del restaurante. No recordaba haber llegado. No recordaba haber pedido comida.
Pero ahí estaba. Comiendo.
No con hambre, sino con desesperación.
Las hamburguesas se apilaban frente a ella como si el plato nunca se vaciara. Sus manos temblaban mientras arrancaba pedazos con los dientes, engullendo con un ansia inhumana. Ni siquiera masticaba bien. El jugo oscuro de la carne se escurría por su barbilla, por sus manos, empapando sus mangas.
📍 Sintió su estómago hinchado, pero seguía comiendo.
📍 Sintió el ardor de su garganta, pero seguía comiendo.
📍 Sintió sus propios sollozos, pero no podía parar.
Por el rabillo del ojo, vio gente mirándola desde afuera.
Clientes que aún no habían entrado.
Sus expresiones no eran de antojo. Eran de repulsión.
Un hombre de mediana edad frunció el ceño.
Una mujer apartó la mirada.
Un niño la señaló con miedo
Los veía. Sabía que la veían. Y sin embargo, seguía comiendo.
Las lágrimas se mezclaban con la grasa. Su mandíbula dolía. Su estómago amenazaba con reventar. Pero no tenía opción. Sus propias manos se movían solas.
Sintió su estómago llenarse más allá del límite. Su piel ardía, su lengua estaba adormecida. Había algo terriblemente incorrecto en la carne que pasaba por su garganta. Algo que aún se movía.
“Para. Para. Para.”
Pero no había pausa. No había control.
Y entonces sintió las manos.
Tocándola suavemente, guiando la comida hacia su boca.
No era ella quien comía.
Alguien más la estaba alimentando.
María giró la cabeza con un movimiento torpe y encontró al dueño del restaurante sentado a su lado, sonriendo.
—No te preocupes —dijo, con voz tranquila—. Ya casi terminas.
Y entonces, todo se apagó.
La Mente Colmena
Despertó en la oscuridad.
No en la mesa. No rodeada de comida.
Sino en el fondo del restaurante, donde la luz apenas llegaba.
Había otros.
Muchos otros.
Hombres, mujeres, niños. Todos en silencio. Todos con los ojos abiertos.
Alzó la vista y vio los hilos.
Finísimos hilos brillantes que salían de sus cabezas y se alzaban hacia el techo.
Hacia lo que estaba arriba.
Algo que latía. Algo que respiraba. Algo que se alimentaba.
La mente de María se abrió.
Los pensamientos ya no eran suyos.
No era María.
Era parte de algo más grande. Algo que había esperado siglos en las sombras.
Algo que, ahora, por fin tenía hambre de nuevo.
Epílogo
El restaurante sigue abierto.
La gente sigue llegando.
Todos sienten que necesitan probar esas hamburguesas.
Y cuando lo hacen, el zumbido comienza.